Rasqueta, sacho, gancha, raño, angazo, fisga, rastro… son armas de mujer

Mujeres irrompibles como Nélida, a meiga das areas, gobernaban las familias marineras del Val Miñor

A finales de los años 60, Simone de Beauvoir publicaba ‘La mujer rota’ para denunciar las desigualdades de pareja en las que siempre era la mujer la que perdía. En aquellos tiempos de opresión, a 1.598 kilómetros de París, una mujer sin nada roto, de cuerpo entero, saltaba entre las piedras del Atlántico con un gancho de hierro en la mano para coger un par de pulpos acostumbrados a las duras costas del cabo Silleiro. Hubo un tiempo en el que que mujeres irrompibles como Nélida, la ‘meiga das areas’, gobernaban familias marineras del Val Miñor con la misma determinación con la que levantaban el percebe con una rasqueta, cosechaban almejas con una gancha o sorprendían una navaja con la fisga en el mar de Panxón. La expresión empoderamiento femenino, hoy tan de moda, era encarnada en aquellos tiempos por mujeres con katiuskas en los pies, pañoleta en la cabeza y, por el medio, una panoplia de aparejos. Hubo un tiempo en esta comarca en el que, por cada hombre que zarpaba del puerto, una mujer se lanzaba al arenal para sortear las mareas y descoyuntar la espalda armada de trastos, empapada en salitre. Amigo visitante, estas hermosas playas también ofrecen un rostro sacrificado en las frías y violentas mareas del inverno.

La tierra para quien la trabaja y el percebe para quien lleva navaja, así era la idea dominante cuando el mar era generoso y no escaseaba para nadie. No había fisco, pero tampoco derechos, para las pioneras del marisquero como Nélida

Conocida desde las piedras de Baredo hasta la roca más infinita de las islas Estelas, Nélida empezó a trabajar cuando los mariscos eran un regalo del mar para los vecinos que se esforzaban en su captura. Ni había legislación ni falta que hacía, el Estado no tenía necesidad de mojarse en estas aguas. La tierra para quien la trabaja y el percebe para quien lleva navaja, así era la idea dominante cuando el mar era generoso y no escaseaba para nadie. Décadas y decretos más tarde, seguiría siendo tan querida por los furtivos como por los guardapescas que les perseguían.

Con un rostro cincelado y surcado por el viento del noreste, adorada por sus nietos, siempre de buen humor, la gente todavía recuerda experiencias con ella. Hoy tendría montones de followers. Nélida enseñó sus embrujos a muchos jóvenes que la acompañaban como en una aventura de película. Suso, hoy un percebeiro retirado, tiene uno de esos rostros de piel blanca y ojos azules que nos recuerdan que, siglos atrás, un vikingo promiscuo paso por todas las villas marineras de Galicia. Cuenta que la meiga das areas le enseñó, como una maga, los trucos que se necesitan para coger los mariscos más esquivos. “Ayudaba a todo el mundo, todos la querían”, recuerda Suso con agradecimiento.

”¿Rapaz, quieres saber cómo se coge el pulpo? Agarra ese caldero y ven conmigo”

El Val Miñor fue tierra -fue arena y piedra, más que tierra- de mujeres pioneras en gobernar mar y familias. No hay mariscadora sin espalda partida, percebeira sin rodillas cortadas por el mejillón de roca ni manipuladora de erizos que no haya visto lesiones crónicas provocadas por la toxina o por la calcificación de sus puntas en las propias carnes. Así lo recuerda Lu, mariscadora retirada de ojos tan negros como lo más profundo del mar, que trabajó durante años en una cetárea del Morrazo, en el lado norte de la ría.

Un día, a finales de los años 70, Nélida encontró a un niño urbanita cerca del mar y le dijo ¿”Rapaz, quieres saber cómo se coge el pulpo? Agarra ese caldero y ven conmigo”. El niño que no llegaba a los diez años, y que ahora escribe estas líneas, cogió ese caldero rojo, un gancho de hierro y corrió tras las katiuskas de Nélida, a meiga das areas, para vivir su primera aventura marina saltando sobre las piedras del Atlántico.

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